Cuenta la leyenda que una noche lluviosa, el periodista Lorenzo Pacheco, aquel de la luenga y canosa barba, escapó escondido en la cajuela de un viejo automóvil a las paradisíacas playas de Cancún, evitando así ser linchado por un lío de faldas.
Para ese entonces, Pacheco, avecindado por la Ría de San Francisco con toda su familia, ya había quebrado un periódico aquí en Campeche con la ayuda de unas hermosas y jovencitas, muy lozanitas chiapanecas, y por eso no le quedaba más remedio que dar la hora en la cabina de una radiodifusora local, de donde aquella oscura noche huyó “encajuelado”.
Una vez despejado el problema de bragas, el “connotado” periodista se asentó con su nueva “familia” en el vecino estado de Quintana Roo y regresó a las andadas de su predilección: el periodismo y las enaguas.
Adicto al goce de los placeres que ofrece la cercanía con los hombres del poder político y entregado a otros no menos deliciosos pero excomulgados del espíritu, en un momento en el que pareció extraviar la elocuencia y le ganó la extravagancia, bautizó a uno de sus hijos varones, hoy primer edil del municipio de Campeche, con el nombre de “Oznerol”, una palabra que ni siquiera llega a palíndromo.
Familias cercanas a la de Pacheco Castro vaticinaron que el enrevesado nombre de pila encajado al joven Pacheco afectaría su conducta durante todo el desarrollo de su vida, de no haber sido por su distracción en la oratoria, actividad en la que resultó todo un triunfador.
Pero también, sus condiscípulos de la “Prevo”, en especial sus ex compañeras de aulas, lo recuerdan todavía muy bien como un joven ansioso en la complacencia de las curvas feminoides, e interesado en el cuidado de su persona, egocéntrico, vaya algo narcicista.
Más tarde, una vez que Lorenzo Pacheco decide quedarse a radicar en Cancún, Quintana Roo, convertido ya en célebre periodista, más famoso por sus aventuras de tálamos que por sus redacciones, su familia, abandonada aquí en Campeche, comienza un duro trajinar.
Oznerol, hijo del periodista Lorenzo, incursiona en las filas del PRI, olvida los sinsabores de la vida, y comienza su aprendizaje en la retórica y la persuasión; va saltando de cargo en cargo en la administración sin reparar; lo mismo le da inscribirse primero para conseguir una candidatura a una diputación federal, y luego meter reversa para ganar la Presidencia Municipal de Campeche, alcaldía que hoy mantiene como su nombre: al revés.
Su conducta al frente del principal Ayuntamiento del Estado ha sido incierta, insegura, al grado que la administración municipal que preside, junto con el síndico de Hacienda Luis Fernando Guerrero y Ana Graciela Crisanty, fans los tres del senador todavía priísta Fernando Ortega Bernés; va de mal en peor.
Un día, qué les parece… Lunes, amanece con el tobillo enyesado; martes, endosa a Mario Avila Lizarraga, delegado de la Sedesol federal, de su discapacidad para desaprovechar recursos crediticios en beneficio de los campechanos; el miércoles, por ser la mitad de los días hábiles, manda podar árboles e inicia los trabajos de remodelación de la Avenida Gobernadores; jueves, de reventón en “piso 4” con su amigo Luis Fernando Guerrero; viernes, despierta para sugerir que el gobernador Jorge Carlos no le da el suficiente dinero; sábado, una girita pero sin él; domingo, de descanso…¿Qué ese eso!? ¿Ha conocido usted algún alcalde de Campeche tan fresco?
Ahora, con eso de la cercanía de los tiempos electorales, le dio por arreglar el puentecito de la Ría y la Avenida Gobernadores.
Hoy sus metraasesores sugirieron al alcalde “Oz” mezclar la gimnasia con la magnesia; revolver el agua con el aceite, y encontrar la fórmula que hace que los patos disparen a las escopetas, para bachear la ciudad y espantar al fantasma azul de Mario Avila Lizarraga. Empujado recientemente al escenario de la sucesión, reviró contra al senador Alejandro Moreno Cárdenas.
Sus colaboradores inmediatos lo describen hermético, aislado y acotado por sus fantasmas financieros, y loo acusan de que desquita con ellos su bipolaridad.
Convertidos en celestinas, la gran mayoría de sus funcionarios cercanos cuchichean en los pasillos del Palacio Municipal que a “Oz” no se le puede recriminar su afición por la piel ajena, aunque en el gusto lleve la penitencia de desatender sus linderos municipales, porque fue educado en la esencia narcisista.
Algunos de éstos mismos funcionaros aseguran a voz de cuello que al joven alcalde le incomoda pasear la ciudad y que se lleva las manos a la cara para no ver tantos hoyos… dicen que teme terminar trágicamente como Narcizo, el hijo del dios del río Cefiso y de la ninfa Liríope, a quien los dioses convirtieron en la flor homónima.